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Literalmente enterrada

Un día en el cementerio/ Foto:Pixabay

Andri Rangel @andrisidney

Sus ojos ya no observaban las cruces de las tumbas del cementerio, ni las nubes que se movían en el cielo, no lograba ver nada, solo podía percibir un olor nauseabundo y la textura rugosa de las paredes de concreto. Allí estaba Carmen: en una fosa, a tres metros y medio de profundidad; un sitio extraño para los vivos; angustiada por no saber cuál era su próximo destino. 


Ese día, primero de mayo, esta mujer de 76 años de edad, decidió ir al cementerio de Mendoza Fría a llevarle unas rosas blancas a su nieto, quien cumplía 16 de años de muerto; su hija mayor, la tía del niño, la iba a acompañar. Ninguna se imaginaba lo que sucedería más adelante.

Ya en el cementerio, Carmen colocó las flores en el sepulcro del infante, y tomó algunas para llevárselas a su madre quien estaba enterrada cuatro metros  más adelante junto a otros familiares. Mary, su hija, no la acompañó hasta allá, pues se quedó limpiando la lápida. 

La anciana caminó hasta la tumba de su madre, y luego le puso las rosas que le había quitado al nieto; allí permaneció unos minutos. Esa fosa era de dos hileras, con capacidad para 5 muertos cada una; su progenitora y los otros parientes estaban del lado derecho. 

  Al momento de regresar, ella, quien pesaba unos 60 kilos, caminó por encima de la fosa izquierda que estaba vacía y de repente, una de las lápidas se inclinó y la mujer se cayó dentro del sepulcro. La lápida automáticamente se volvió a colocar en su lugar. Carmen como si fuese un cadáver quedó encerrada.

¡Mamá yo estoy viva!”, le aclaró Carmen a su madre, mientras los minutos transcurrían y la desesperación aumentaba; quizá nadie se habría dado cuenta que se cayó y no lograrían encontrarla
 Lápidas movedizas/ Foto: Pixabay

Mary escuchó un grito, pero no vio a nadie, preocupada, se fue rápidamente a buscar a su mamá; no la encontraba. En ese momento apareció un señor que venía en dirección a ella y le dijo que vio a alguien caerse, en efecto era Carmen, quien por unos diez minutos permaneció a oscuras en el fondo de la fosa. De inmediato llamaron a los bomberos, y los vecinos ayudaron a levantar la lápida. 

EL cuerpo de bomberos comenzó a sacarla y en el proceso le cayeron dos aguaceros. Carmen permaneció aproximadamente una hora, en la fosa,  hasta que ¡por fin logró salir!  La alegría de la anciana era como la de una persona que se ganó la lotería, a pesar de las heridas y los golpes.

Su ropa quedó mojada, sucia. De forma sorpresiva el dinero que tenía en su cartera no se dañó, así que se lo dio a su hija para que pagara los alimentos que iban a comprar, pues evidentemente la vida continuaba. Los bomberos le colocaron un  collarín y a bordo de una  camioneta, Explorer de color blanco, la trasladaron a la clínica.

Carmen no recuerda cómo se cayó en la fosa, pero lo cierto es que no olvidará el día en que por un momento, experimentó en carne propia lo que se siente estar enterrada, porque literalmente lo estuvo aunque haya sido por unos minutos.

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